La familia como alimento del espíritu

abril 21, 2018

La familia es el lugar en donde los seres humanos aprenden mucho sobre sí mismos. De lo que recibimos de ella depende en gran parte el grado de nuestra salud emocional.

Las reglas de cada familia nos dan la pauta para saber si es una familia funcional o disfuncional y, esto lo sabremos, de acuerdo a los tipos de relaciones que se desarrollen entre los diferentes miembros que la integran. Si sus miembros son individuos sanos, con buenas relaciones, la familia será funcional. La relación base de la familia es la del matrimonio porque es la que da el ejemplo y el patrón de cómo serán las demás relaciones, por lo tanto, si el matrimonio es sano, la familia será funcional y, si el matrimonio es insano, la familia será disfuncional.

Si veo a mis padres valorarse, tendré su modelo. Si ellos se aman, si hacen lo que les gusta, si disfrutan su vida, los veo satisfechos. Pero por el contrario, si los veo despreciarse, maltratarse o insatisfechos, es ése el modelo que tendré.

Según la experta en Codependecia Pía Mellody cuando los niños nacen vienen  equipados con cinco características: Todo niño es VALIOSO, VULNERABLE, IMPERFECTO, DEPENDIENTE E INMADURO. Todos venimos al mundo equipados con estos atributos.

Los progenitores funcionales ayudan al niño a que desarrolle adecuadamente cada uno de estos atributos, para que lleguen a ser adultos maduros que se sientan bien consigo mismos.

Los padres tienen la función de ser capaces de respaldar el valor del niño, el mensaje que el niño debe recibir es: “Estás completo, tu eres perfecto tal y como eres. No tienes que llenar mis expectativas para recibir mi amor y aceptación, te amo y te acepto tal y como eres”.

Personalmente para mí ha sido muy difícil reconocer los patrones de mis padres, era sumamente confuso porque ellos hacían todo lo mejor que podían, no recuerdo gritos, ni malas palabras, no recuerdo haber sido corregida con  golpes abusivos, tampoco hubo abuso sexual físico, así que creo que aquí surge la gran confusión en la que crecí y que estoy segura no haber sido la única.

Siempre me sentí separada de mis padres, me percibía insatisfecha, tuve una familia normal, nuestros padres nos atendían, nos cuidaban desde el punto de vista físico, pero yo siempre necesite algo más, en mi mente los juzgaba.

La percepción de mi experiencia fue una madre pasivo agresiva que era calmada pero reaccionaba amargada, SOBRECARGADA DE RESPONSABILIDADES Y OBLIGACIONES, CANSADA. Ella no tuvo una relación satisfactoria con mi padre, ya que él no era comunicativo en familia, estaba ausente en casa pero ausente afectivamente, siempre atento a su trabajo, a sus hobbies. Ellos se acompañaban pero les faltaba alegría, comunicación, relación. Desde la satisfacción de la madre en su relación con su esposo el niño se percibe a sí mismo: mi madre no se sentía feliz y plena y yo me sentía reflejada, desde mi inocencia percibía que era yo la que no podía hacer a mi madre feliz.

Pía Mellody nos dice que todos tenemos una valía intrínseca que heredamos aunque no lo sepamos. Nosotros podemos apropiarnos de ella, esto no es algo que dependa de nuestros padres, es algo nuestro, pero el entorno puede reforzarnos ese valor que tenemos o podemos percibir su negación, sintiendo que no la tenemos.

Para mí fue muy difícil entender de dónde venía mi falta de valía porque mi apariencia externa era muy importante de niña, llevo años trabajando esto de la valía y cada vez resuelvo el conflicto más rápido, entendiendo lo que está pasando. Sintiendo y nutriendome como una madre, mi propia madre, pero realmente nos toma bastante tiempo apropiarnos de esta verdad.

Fue difícil para mí identificar la amargura y superarla, relacionar la autoestima insana y la amargura me llevó años, yo no podía entenderlo pero luego comprendí que yo asumí como mía la frustración que mi mamá tenía, su propia amargura. Es por eso que hacemos el trabajo del niño interior y es fundamental identificar las emociones. Yo he sido testigo de esto, he descubierto que  todo este trabajo comienza con mi propia valía, con el hecho de reconocer cómo me educaron porque si de niños no obtuvimos ese valor, de adultos vivimos desde la creencia interior de que no valemos, así que el trabajo es nutrirnos, recuperarnos.

Esta autoestima insana se va formando destruyendo el valor innato con que vinimos al mundo, se va creando a través de la amargura de los demás. A través de estas experiencias absorbemos lo que vemos, esa amargura pasa a nosotros, porque es lo que vivimos y vivimos. A mayor cantidad de experiencias mayor cantidad de mensajes que hacen que nos percibamos de manera equivocada, avergonzados por creer que algo está mal en nosotros, sintiéndonos culpables.

Nuestro trabajo es nutrirnos, nutrirnos en el amor que nos faltó, reconocernos a nosotros mismos, reconocer las necesidades que tenemos y fortalecer nuestro valor, esa valía que todos los seres humanos tenemos, no dejar que la visión de los demás dañen nuestra percepción, la percepción que tenemos de nosotros mismos.

Marisbelia Tomodo.
Autora del libro «Autoestima. Búsqueda Interior».

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